Después de 45 minutos y casi cien lanzamientos, y cuando la paciencia empezaba a darme la espalda, ¡ZAS!, sentí un poderoso jalón que hizo que la caña tomara una forma exageradamente curva.
Logré ver al bicho saltar hacia el cielo revelando fugazmente su identidad. ¡Era un Robalo! Le reconocí por su característica línea negra que le delinea la mayor parte del cuerpo, la cuál se veía cada vez que saltaba, realizando una agresiva contorsión, aquel famoso “cabeceo” del Robalo, ese fuerte impulso por escapar y sobrevivir, esa lucha del pez por desaferrarse del anzuelo moviendo bruscamente la cabeza de un lado a otro Con mucho esfuerzo, finalmente logré sacar hasta la orilla aquel legendario pez norteño del cuál tanto había escuchado. ¡Mi primer Robalo!
En aquel momento los aplausos de los curiosos que se habían acercado a ver tremendo espectáculo me regresaron de algún lugar lejano, donde solo había existido yo, el animal y una ardua lucha en las orillas del mar de Punta Sal. Ahora me encontraba rodeado de gente, cámaras, felicitaciones Raúl, ¡que buen bicho!, ¿Cómo lo pescaste? ¡Qué tal pescado! ¡Buena Raúl!, dejádme tomarle una foto!
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